miércoles, 28 de abril de 2010

Microcuento 2

La madre de Julián no ha dejado de llorar en toda la noche. Yo, de momento, no me he atrevido a entrar ─levo horas inmóvil bajo el alféizar de la ventana, encogido y con los músculos adormecidos─, porque soy también de lágrima fácil, y terminaría abrazado a ella en un llanto constante, caudaloso, capaz de llenar en instantes un balde de los grandes. Ella no sabe que fui yo quien lo mató; jamás imaginaría que el mejor amigo de su hijo ─ese botarate bueno para nada─ ha sido quien la ha librado de esa carga, esa rémora que estaba terminando con su vida y con su hacienda. Ya estamos solos. Ella y yo. Quizá ahora me permita llamarla mamá.

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