Sr. Dr. Joaquín María Ayanack
Calle Gualeguaychú 431
Capital Federal
S / M
Estimado Sr.:
Ante que nada, debo decirle que Ud. no me conoce, por lo menos, no en el sentido vulgar de conocer, esto es, como yo lo conozco a Ud.
Quiero decir, yo sí tengo agendado su nombre y su domicilio. Yo sé su edad, sus gustos, el lugar donde va de vacaciones, la marca del auto que usa. Conozco el nombre de su esposa, el de sus hijos y hasta el de su perro cocker ("Pongo" ¿verdad?). Me interrumpe pensar que quizás todos estos datos lo inquieten un poco.
Como todos los que transitan por espacios de poder, tiene Ud. también sus aspectos paranoides. Me lo imagino preguntándose "¿Cómo sabes estas cosas de mí?", "¿Dónde consiguió este dato?".
... Para evitar que se siga angustiando cone stos planteos, me apuro en contestarle que no hay dato tan secreto que un poco de dinero y mucho tiempo no sean capaces de conseguir... Y la verdad, es que no me falta ni esto ni aquello. (A veces, me parece que lo que hace que Dios sea omnipotente no es el poder, sino la paciencia infinita que da la inmortalidad. Nosotros, los humanos, en cambio, nos enfrentamos con ese grado de urgencia a la que nos obliga la forzosa conciencia de nuestra finitud).
Eso sí, para llevar adelante una investigación seria, hace falta adosarle a la paciencia un poco de inteligencia y, obviamente, una cantidad de interés por lo investigado proporcional a la dificultad.
(Porque además, sin interés es imposible aguzar la inteligencia)...
Quizás fuera justo empezar por contarle cuándo empezó mi interés por Ud.
Es muy probable que no lo recuerde - ya que han pasado muchos años - pero el caso es que un día, exactamente el jueves 23 de Julio de 1991, pasadas las 2 de la tarde (do y cuarto precisamente), Ud. transitaba con su BMW gris por la calle Avellaneda, en Flores. Había llovido por la tarde y las calles estaban encharcadas como siempre. Al llegar a la esquina de Artigas, dobló a la izquierda a toda velocidad y enfiló por Artigas hacia Gaona, dejando que el auto se desplazara un poco de cola, como a Ud. le gusta doblar. Justo ahí, a metros de Avellaneda, hay un bache. Ud. lo conocía, sabía de ese bache, porque se arrimó al cordón derecho para esquivarlo, (¿se acuerda?)... Al hacerlo, claro, salpicó al viejito que intentaba cruzar aprovechando que el semáforo cortaba el tráfico de Artigas. Lo salpicó de arriba a abajo, desde las rodillas hasta el sombrero.
Ud. lo vió, yo sé que lo vió.
Y misteriosamente, contra todo lo esperado, Dr. ¡Ud. no paró...!
Y no sólo no paró, sinó que además (y esto fue lo más significativo), hizo un gesto... un gesto que debe haber durado tres o cuatro segundos, no más... un gesto de desprecio, un rictus de fastidio, unos milímetros de torcedura en su boca... al que siguió un leve, levísimo encogimiento de hombros que dijeron, clara y fugazmente, todo lo que hacía falta saber de su lectura del episodio.
Ese día yo me dije - ¡Qué mal tipo! -.
Conviene que yo le aclare algo de mí: No soy un prejuicioso. No tengo nada contra los autos importados, ni contra sus poseedores. También soy, creo, comprensivo y tolerante, así que después pensé que tal vez, me había equivocado y su actitud no había sido tal, o quizás, esa actitud suya había sido excepcional.
Una excepción a la regla que media su vida, un mal momento, un error, un exabrupto.
Ojalá lo entienda, Dr., para alguien como yo, que no comprende de aproximaciones, ni de medias tintas, las cosas son o no son, y la única manera de saber si Ud. era o no un bastardo, era investigándolo, investigándolo seriamente...
Así que... ¡eso es lo que hice!.
Durante los últimos cinco años me dediqué a saber sobre Ud. para poder ratificar o rectificar, esa horrible primera impresión que su actitud me causó.
Y aquí estoy, Dr. Ayanack, la investigación ha terminado, o mejor dicho, lo hallado es más que suficiente para una conclusión:
Ud. es aún más despreciable que lo que yo pude pensar en 1991.
... El 24 de Julio, al día siguiente del incidente, a la una y media de la tarde, me paré en la misma esquina de Artigas y Avellaneda a esperarlo pasar, apoyándome en la presunción de que Ud., como yo, no cambia sus rutas cotidianas (Siempre me sorprendió esta odiosa manía que tenemos los humanos de rigidizar nuestra conducta de hábitos: comemos siempre lo mismo, nos vestimos del mismo color, veraneamos en la misma ciudad, consumimos la misma marca de cigarrillos, y por supuesto, recorremos las mismas calles de la ciudad para ir de un lugar a otro).
Ud. no es una excepción, así que a las 2 y 14', volvió a doblar con su BMW por Artigas hacia Gaona y esquivó el bache de Artigas arrimándose al cordón de la mano derecha.
Ese día no había agua, ni viejito cruzando, no hubo gesto ni nada que me distrajera de tomar su número de matrícula: B-2153412.
El lunes siguiente decidí no trabajar y dedicarle a la investigación el día completo, así que tomé mi auto, lo estacioné sobre Artigas y otra vez, esperé su paso. A la hora de siempre, el auto importado gris dobló y comencé a seguirlo: Juan B. Justo, Warnes, Serrano, Santa Fé, Gurruchaga. Confieso que me fastidió un poco verlo estacionar entre los lugares reservados para la Comisaría de la esquina de Santa Fé y Gurruchaga. Por un momento lo imaginé comisario o algo así. Pero no, Ud. ni siquiera entró en la comisaría. Pasó frente a la puerta y el agente de guardia lo saludó con la venia. Desde mi auto lo vi caminar por Santa Fé hacia Canning unos 20 o 30 mts. y entrar en un edificio. En ese momento el agente de guardia hizo sonar el silbato haciendo señas para que avanzara.
¿Por qué, Dr., Ud. puede estacionar su auto en un lugar reservado para la comisaría y yo tuve que ir a buscar un lugar donde estacionar, cosa difícil, por cierto, en esa zona?.
¿Por qué, Dr., nos hemos transformado en un compendio de oscuros privilegios concedidos o usurpados que benefician a unos a expensas de todos los otros?.
¿Cómo es que el hecho de tener una profesión como la de comisario, o subcomisario, permite hacer suyo un pedazo de ciudad para guardar un auto, y encima concede el poder de trasladar ese don a otros?.
Porque Ud., Dr., no trabaja en la comisaría. Ud. es... "amigo del comisario", ¿Da eso derecho a unos metros cuadrados de cuadra en la ciudad?, ¿Cuánto cuesta esa dádiva, Dr.? ¿Un "favorcito"?, ¿unos "pesos"?, ¿una concesión compensadora "non sancta"?.
Mascullando palabrotas contra Ud., la policía, la municipalidad y el sistema; estacioné y caminé las dos cuadras de vuelta hacia Santa Fé.
Sobre el fin de la tarde ya sabía lo que necesitaba para empezar mi investigación. Sabía su nombre, la dirección de su oficina, su profesión (Abogado Penalista), y su horario de atención lunes, miércoles, jueves y viernes de 14 a 18.
Hasta el momento en que entré en su oficina, confieso que aún tenía dudas sobre mis presunciones. Tanto el episodio de Flores como el "privilegio" del estacionamiento frente a la comisaría no me alcanzaban... Pero cuando su secretaria Mirta (la rubia, la que tiene dos hijos y vive en Liniers), me dió cita con Ud. para el lune siguiente a las 14 hs., me dí cuenta de su falta de respeto a los demás. Porque su secretaria sigue sus indicaciones Dr., y Ud. y yo sabemos que no puede llegar a las 14 hs. si a las 14.15... ¡dobla por Artigas, en Flores!.
¿Qué se supone que hace la persona que fué citada a las 14 hs., entre las 2 de la tarde y las 3 menos cuarto en que Ud. llega?, ¿Qué hace con su problema legal, con su ansiedad y con su angustia?. No sabe qué hace, ¿verdad, Dr.?. No lo sabe ni le importa un rábano... Que espere. El otro... que espere.
Confieso, Dr., que mi opinión sobre los penalistas nunca fue maravillosa. Siempre pensé que las personas deberían tener alguna imagen de sí mismos relacionada con la profesión que después eligen. No puede ser casual que casi todos los médicos sean hipocondríacos, casi todos los economistas sean tramposos, y que no existan abogados confiables. Muchos meses de mi investigación los dediqué a estudiar pisología. Fue un intento de llegar a entenderlo a Ud. y sus mecanismos. No entraba en mi cabeza que un individuo que se dedicaba a la justicia, tuviera una idea tan poco aceptable de la moral y de lo justo. Aprendí, entonces, algo que se llama "formación reactiva! (un supuesto mecanismo mediante el cual uno actúa para intentar cambiar el signo de la acción que sigue a un deseo censurable...)
La psicología sería mucho más benévola con Ud. que yo, Dr. Para la ciencia, Ud. "sublima sus pulsiones" con su profesión. Lo cual así enunciado hasta parece ennoblecedor. No, Dr.. No hay ningún mecanismo reactivo que justifique, por ejemplo, que Ud. haya conseguido que su cliente, Fuentes Orbide, saliera en libertad incriminando al cuñado y socio de él. Ud. sabía que el otro era inocente. Ud. sabía que su presentación y planteo de defensa terminaría cambiando el lugar, en la cárcel, de su cliente por el de su víctima. Y sin embargo, lo hizo igual. Ud. no defendía la justicia, Dr. Ni siquiera a su cliente.
Ud. defendió su bolsillo, su renombre, su interés personal.
Dos semanas después de que el pobre socio de su cliente fuera detenido, alguien le comentó sobre el caso, en un pasillo de tribunales. El comentario era un pseudo-reproche por haberlo "mandado preso"... ¿Recuerda su respuesta, Dr.? Sus palabras resuenan en mi cabeza como si hubiera estado allí escuchando: Ud. dijo: "Bueno, che, si no puede pagarse un buen abogado que se joda!".
Nada de justificación reactiva para Ud., Dr.
Nada de interpretación de sublimación para las actitudes de la más baja calaña.
¿Es que vamos a echarle la culpa a sus pulsiones por esa repulsiva escala de valores con que Ud. maneja sus relaciones interpersonales?
¿Vamos ahora a interpretar como "fobia a la pobreza" esa actitud del restaurante de la calle Alvear en aquel mediodía de septiembre...?
Déjeme que lo ayude a recordar...
Fue hace más o menos dos años, Ud. almorzaba con María Elena, su amante, en el restaurante de Alvear, así que debía ser martes (Mucho tiempo me llevó entender que los martes eran los días dedicados a su amante). Yo los miraba sentado en una mesa no demasiada lejana, como tantas otras veces. Aquel día, mientras comíamos, entró un chico de unos diez años vendiendo rosas por las mesas. Nadie lo había visto, ni los mozos, ni María Elena, ni yo... y de pronto Ud. gritó: "Mozo!" Y el camarero que lo atiende siempre (y que le teme tanto como lo odia), se acercó rápidamente. Entonces, Ud. hizo que el mozo echara al chico a empujones a la calle.
La psicología tendrá muchas explicaciones para estas canalladas, pero yo sólo tengo una, Ud. es un canalla Dr., tan canalla que no merece vivir.
Pensará Ud.: ¿Y a éste, qué le importa?. Me importa, Dr., me importa mucho...
Me importa porque yo soy aquel viejito que Ud. salpicó en Artigas y Gaona hace cinco años. Me importa porque también soy el tipo que tiene que caminar dos cuadras todos los días porque no puede estacionar en Gurruchaga y Santa Fé. Me importa porque soy su esposa, Dr., que quisiera almorzar con Ud. alguna vez, y porque, de alguna manera, también soy su amante, que quisiera no almorzar con Ud. algún martes. Me importa porque soy el preso inocente que paga en la cárcel por lo que no hizo. Me importar porque, de muchas maneras, yo soy el pibe que intenta vender las flores en el restaurante de la calle Alvear...
Los psicólogos me han enseñado mucho sobre los mecanismos de la mente, así que debo admitir, por fin, aunque me duela, que me importa porque seguramente, yo soy tan canalla como Ud., doctor.
Yo soy tan corrupto, tan soberbio, tan agresivo, tan interesado, tan egoísta, tan humillante, tan autoritario y tan despreciable como Ud.
En los últimos años, Dr., he llegado a pensar, por momentos, que Ud. no era más que una parte mía. Una horrible parte mía, con vida independiente, que muestra lo peor de mí, en cada una de sus actitudes.
Creo que fue a partir de esas ideas de "encarnaciones", "identificaciones" y "escisiones de la personalidad", que me di cuenta de que Ud. no sólo no merecía vivir, sino que, además, debía morir.
Sí. Morir!... ¿Pero morir cómo?.
¿Quién sabe?.
¿Cuál sería la forma más justa?. ¿Accidente?.
¿Infarto?. ¿Suicidio?. No lo sé.
La más honesta, sin dudas, sería, lisa y llanamente, el asesinato:
Esto es, que alguien, finalmente, decidiera matar por lo que Ud. tan arquetípicamente representa del resto de nosotros.
¿Entiende Ud. el porqué de mi carta Dr.?
No le escribo para que se arrepienta...
Le escribo para informarle (porque creo que le concierne), que he decidido matarle.
Por supuesto - yo lo sé - Ud. pensará en tomar sus recaudos:
Guardias, armas, guardaespaldas, sistemas de alarma, custodia en su casa, investigación de todo su personal, etc. etc.
Pero... ¿Cuánto tiempo se puede sostener todo eso?...
¡Cinco años me llevó juntar la información que me permita sentenciarlo con justicia!... puedo esperar cinco, diez o veinte para cumplir la ejecución... En algún momento la custodia se afloja, la precaución de olvida, los detalles se descuidan... y en ese momento, Dr. Ayanack, yo estaré esperándolo.
Puede que alguien duda (quizás Ud. mismo), si este aviso de asesinato es real...
Si yo mismo soy real...
¿Cómo saber, por ejemplo, que esto no es una especia de acto culposo inconsciente de su parte?. En un psicologismo salvaje, alguien podría preguntarse si esta no es una carta dirigida por Ud. a si mismo para autoreprocharse sus miserables acciones.
En contra de esta postura está mi idea de que Ud. es absolutamente incapáz de sentir culpa.
Lo creo un amoral, en el explícito sentido de la palabra.
Aunque... hay, a favor de esta posibilidad, un dato inquietante:
Cómo la policía podrá comprobar... esta carta fue escrita en su máquina de escribir, esa que está en su escritorio, en la casa de Floresta. El papel es el mismo que Ud. usa y salió de su cajón del escritorio. Si consideramos el tiempo que lleva tipear esta carta, llegaríamos a la conclusión de que la única persona que podría haberla escrito sin despertar sospechas es... Ud. mismo, Dr.
Este pequeño misterio final que toma nuestra historia me encanta porque le concede un toque de policial que me fascina. Voy a guardarme el secreto de cómo lo hice, como para poder volver a escribirle si apareciera algo más para decirle.
Por ahora, me despido de Ud., no sin antes permitirme hacerle un pedido:
Cuídese, Dr. Ayanack, cuídese!!!. No me gustaría que por un tonto descuido, un accidente real transformara en inútil todo mi trabajo.
J.M.A
Tactica y estrategia de la escondida
No se sabe muy bien cuáles eran los verdaderos fines de la Sociedad Amigos de la Escondida, En cambio está bien claro que tales fines no se cumplieron. Sin embargo, hace ya algunos años, la entidad solventó la edición de un pequeño folleto titulado Reglamentos, táctica y estrategia del juego de la escondida. En su momento, el trabajo despertó agudas controversias. Hoy que los ánimos están amansados hemos querido exponer el asunto ante nuestros lectores, quienes seguramente ignoran la mayor parte de los detalles de este juego en vías de extinción.
-CAPITULO I- del número de los jugadores
Puede jugar a la escondida un número cualquiera de jugadores. El mínimo es uno. Cabe señalar que en este caso el juego es especialmente aburrido: el único jugador se busca a sí mismo o -lo que es aún más tedioso- busca a otros inexistentes jugadores hasta que se desalienta y abandona. Con dos participantes se gana un poco en acción y puede decirse que el clima ideal se logra cuando intervienen más de seis y menos de veinte personas. Asimismo cabe advertir que resulta sumamente engorroso desarrollar el juego con mas de ochenta jugadores. Los buscadores equivocan los nombres de quienes se ocultan y con toda frecuencia se ven obligados a llevar un registro escrito en el que constan las personas que ya han sido descubiertos y las que aún permanecen en lugares desconocidos. Por otra parte, es fácil razonar que cuanto mayor es el número de jugadores, más trabajoso será hallar escondites vacantes, con el consiguiente deslucimiento del juego.
CAPITULO II- el lugar donde se juega
La escondida puede practicarse tanto en lugares abiertos como en recintos cerrados. Siempre es preferible elegir horarios nocturnos, pues las tinieblas suelen mejorar la calidad de los escondrijos. Así, cuando se juega en casas o departamentos, convendrá activar las luces, Aquí se hace indispensable tiene aclaración fundamental: es necesario que antes de comenzar el juego se fijen expresamente 1os limites geográficos de su extensión. Fuera de ellos estará prohibido esconderse. Algunos heresiarcas pasan por alto esta acotación y nos hallamos entonces ante un juego cuyo marco es el mundo entero. Es así como muchos jugadores se esconden en barrios alejados y aun en otras provincias, retrasando el desenlace de la competencia hasta él punto de arruinarla por completo. Nota: el folleto no menciona la interesante opinión de Manuel Mandeb, quien creyó entender que la escondida era un juego sin limites. Para el pensador árabe la escondida perfecta debía ser jugada por toda la estirpe humana,su escenario era el universo y su duración, la eternidad. Así, el propósito final de la Historia puede consistir en el nacimiento de un futuro elegido,que se encargar de librar para todos los compañeros en un acto que marcará el fin de los tiempos.
-CAPITULO III- finalización del juego
La escondida no tiene ganadores ni perdedores. Por eso la finalización del juego debe fijarse en forma arbitraria, pero manifiesta. Muchas veces los jugadores abandonan la competencia sin avisar a nadie y muchos participantes tenaces permanecen ocultos durante horas sin que nadie se moleste en buscarlos. Los miembros de esta Sociedad conocen perfectamente algunos casos célebres de obstinación. Vale la pena mencionar la gesta del joven Luis C. Cattaldi, que permaneció catorce meses en el quicio de una puerta de la calle Motón, cogoteando sigilosamente en dirección a la Piedra. Los habitantes de la casa solían llevárselo por delante cuando salían y -a veces- le acercaban algún alimento, finalmente Cattaldi regresó a su domicilio, gracias a los consejos de una comisión de ésta misma Sociedad.
-CAPITULO IV- desarrollo del juego
La idea fundamental de la escondida es que todos los jugadores se oculten, con la excepción de uno, que ser el encargado de buscar al resto. Para dar tiempo a la elección de escondite y a la correcta instalación de cada uno en el suyo, el buscador escondiera el rostro contra la pared, como si llorara, y permanecerá en esta posición durante algunos segundos, La medición de este lapso, la efectuará el propio buscador citando la serie de números naturales en voz alta, hasta llegar a una cifra convenida con antelación (por ejemplo, 50). Acto seguido, a modo de advertencia, deber declamar algún pareado revelador. El usual es "Punto y coma el que no se escondió se embroma". El lugar donde el buscador realiza este ritual se conoce con el nombre de "Piedra". Inmediatamente comienza la parte más divertida. El buscador recorre el campo de juego y revisa los lugares en donde sospecha que hay alguien. Cuando descubre a algún jugador oculto sale corriendo en dirección a la Piedra, la toca y grita "Piedra libre para Fulano" Siempre deberá referirse a la persona descubierta de un modo tal que su identidad quede fuera de toda duda. Este punto es muy importante, como ya veremos en otro capitulo. A su turno, el jugador descubierto puede abandonar su refugio y correr hacia la Piedra tratando de tocarla antes que el buscador. Si lo consigue, será el quien grite "Piedra libre" y a los efectos del juego se reputará que no ha sido hallado. Por otra parte, todos los jugadores pueden abandonar repentinamente su escondite y llegarse hasta la Piedra, aun cuando no hayan sido descubiertos. Pero si el buscador los sorprende en su excursión y se les adelanta en la carrera hacia la Piedra, se les considerará encontrados. El primero de los jugadores que pierda la carrera hacia la Piedra recibirá como castigo- la obligación de contar en el lance siguiente. Sin embargo, hay un recurso extremo: el último de los jugadores que permanezca escondido puede aventajar al buscador y gritar "Piedra libre para todos mis compañeros". Cuando esto ocurre, el buscador deberá contar nuevamente. Desde luego, ya puede colegirse que el participante capaz de culminar exitosamente esta jugada recibirá la admiración y el respeto de todos.
-CAPITULO V- Distintas tácticas
Existen buscadores conservadores y buscadores audaces. Los primeros no se alejan jamás de la Piedra. Tratan, por lo general, de esperar que alguien cometa un error o trate de cambiar de escondite. Esta raza conspira contra la calidad del juego. En cambio el buscador audaz abandona las inmediaciones de la Piedra y marcha hacia los confines del campo. Se trepa a los árboles, ingresa a los armarios y rastrea minuciosamente los yuyales. Claro, siempre corre el riesgo de ser sorprendido por los jugadores que se han ocultado en la zona opuesta, Pero el juego se torna vivaz y lleno de matices. Abundan las carreras, los rodeos y las sorpresas. Existen también los buscadores zorros, que amagan dirigirse a la derecha para tentar a quienes se esconden por la izquierda. En cierto momento, salen disparados hacia el otro sector y así es como sorprenden a muchos jugadores novatos que abandonan prematuramente su refugio. Entre los que se esconden, también hay distintas escuelas. Algunos prefieren los escondites sencillos pero de fácil salida, como los umbrales de las puertas. Otros los eligen complicados y de salida engorrosa: la copa de los árboles, el fondo del canasto de la ropa, etc, Hay también quienes van rotando su escondite y cambian de posición mientras observan los movimientos del buscador. Los mejores son los exquisitos, que inventan guaridas que sólo ellos conocen y no las revelan jamás. Esta clase de jugadores es la más temida por los que cuentan, pues muy a menudo libran para todos los compañeros. Sin embargo, el escondite no debe ser nunca impenetrable. A decir verdad, el escondite perfecto termina con el juego. En 1959, en una escondida que se realizó en Villa del Parque, el abogado Gerardo Joseph se escondió de un modo tan eficaz, que nunca más fue visto en ninguna parte. Todavía hoy muchos de sus amigos recorren la barriada gritándole que salga. Un exitoso cuento de Edgar Allan Poe insinúa que el mejor escondite es aquél que está a la vista de todos. En esa narración, todo el mundo busca infructuosamente una carta que en realidad había permanecido siempre a la vista. Esta teoría podría ser buena para los cuentos policiales, pero no sirve en la escondida. Infinidad de jugadores han pretendido pasarse de vivos parándose a un metro de la Piedra con cara de disimulo. El resultado siempre es el mismo: el buscador mira extrañado y luego, casi con estupor, murmura: "Piedra libre para el Pololo, que está ahí parado".
-CAPÍTULO VI- infracciones, errores y malentendidos
Puede ocurrir que el buscador descubra a un jugador oculto, pero equivoque su identidad. Esto es muy frecuente en los juegos nocturnos, Cuántas veces se grita "Piedra libre para la Amanda": después de haber visto a Julián! El reglamento le permite a Julián denunciar el error al grito de ¡Sangre! Esta expresión debe traducirse como Reclamo! o, mejor aún, ¡Objeción! Si la gestión prospera y se comprueba la equivocación, el buscador deberá contar nuevamente. El mismo recurso podrá interponerse cuando se sospeche que el buscador espía o cuando se produce algún hecho exterior que dificulta la normal prosecución del juego. (Por ejemplo, una grave lesión de uno de los jugadores o la súbita llegada de un tío al que hay que saludar.
-CAPITULO VII- escondites individuales y colectivos
Muchos deportistas prefieren esconderse solos. Otros, en cambio, se complacen en compartir su refugio, particularmente con personas del sexo opuesto. Esta última variante es muy bien vista en los círculos elegantes y constituye una excelente oportunidad para acrisolar amistades y hasta para sellar romances. Lo más apropiado es elegir un escondite alejado de la Piedra. El lugar debe ser pequeño para lograr una proximidad alentadora, oscuro para invitar a la confidencia y hermético para evitar ser sorprendidos. Manuel Mandeb refiere una experiencia personal en su libro "Mis amores frustrados". Veamos: "En tres años de jugar juntos a la escondida jamás había tenido la ocación de compartir un lugar con Beatriz Velarde. Siempre había alguien que se me adelantaba. Al parecer, Beatriz tenía comprometidos sus escondites por varios años. Una noche de primavera, en el callejón de la Estación Flores, mientras contaba el ruso Salzman, vi que Beatriz entraba solita a la casa amarilla abandonada que hay en una esquina. Piqué tras ella y alcanzamos a acomodarnos debajo de un fogón en ruinas. Estaba muy oscuro y alcancé a notar su aliento de chiclets Adams . Los arrabales de su pelo saludaban mi boca . -Te quiero -le dije suavemente. -Decímelo mejor contestó Beatriz Velarde. Empecé a pensar algo ingenioso, cuando entró el ruso Salzman y brutalmente señaló el final de mi romance. -Piedra libre para el Turco y Beatriz -Sangre, sangre grité yo y era cierto, aunque no me lo creyeron. Nunca más volví a estar a solas con Beatriz y aquella fue la última vez que jugué a la escondida".
El folleto de la Sociedad Amigos de la Escondida tiene algunos otros capítulos de menor interés: las ropas más convenientes, uso y abuso de los ligustros, aprovechamiento de carros en marcha, ocultamiento en medio de un familión en transito, etc. En estos días en que la Sociedad ya se ha disuelto y los chicos prefieren otros entretenimientos más científicos, no está de más recomendar calurosamente la práctica de la escondida. Este humilde cronista hace mucho tiempo que no encuentra ocasión de mostrar su destreza en tan apasionante disciplina. Si algún lector piadoso desea invitarme a jugar, acepto complacido. Aunque me parece que ya es demasiado tarde.
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